¿Qué te
hace vibrar? ¿Qué cosa te sacude desde dentro y te quita la respiración, aunque sea por unos cuantos segundos?
¿Qué
fuerza te hace ascender y después no quiere hacerte bajar?
Hay
algo que no podemos entender y que nos ocurre muy de tanto en tanto,
de
manera inexplicable.
A veces
un curioso vigor nos resucita de la monotonía.
Todas
las personas tenemos algún milagro pasional escondido
que nos
empuja, que nos mueve al compás de un ritmo personal
no
imitable: impulso vital, interés absorbente, sentido de vida.
¿Qué te
mueve? Pero no desde la teoría o la carga de los conceptos,
sino de
verdad, con los huesos y las entrañas.
¿Qué te
hace conmocionar hasta perder el norte y encontrarte cara a cara
con la
brillantez del ingenio o la oscura sombra de la tristeza?
Es que
en un instante se puede justificar la vida entera o desechar la muerte.
Los
motivos para vivir pueden ser tan pocos y tan grandes,
o
tantos y tan estúpidos.
Lo
importante es que sean tuyos, que aparezcan con cada pulsación y
se
expulsen en cada bocanada de aire que te mantiene en pie.
¿Hace
cuánto no te emocionas sin "razones valederas", o con aquel beso
inesperado, ilógico, que alguien te regala por la espalda?
La
modorra te ha vuelto torpe, ya no persigues imposibles, ya no te dejas asfixiar
por la ilusión, ya no te seducen las quimeras.
Y si
nada te mueve y nada te sorprende y apenas te ríes y casi nunca
te
sonríes con el alma dispuesta, te estás apagando.
Necesitas
el frenesí de la irreverencia de tanto en tanto, como cuando
la
lluvia no te molesta y dejas que el amanecer se meta por tu piel.
O
cuando el jefe empieza a parecerse a un rinoceronte de corbata
y la
oficina una jaula repleta de micos bien educados.
Sé que
te pasa alguna vez, y aunque te asustas, lo disfrutas porque secretamente te
rebelas y dejas correr la imaginación como
una
cascada que refresca tu esencia.
Tienes
el don de emocionarte hasta rabiar, de vibrar bajo el calor
de una
idea, de bailotear en la meta que parecería inalcanzable,
de
producir vida, de mirar al sol cara a cara, de "soplar en el viento"
(como
dice la vieja canción), de indignarte, amar y arrugarte.
No te
resignes a la quietud, a la impasible habituación, a la rutina
atrevida
y arrogante que ostentan los aburridos.
Movilízate
como una manifestante de tu propia identidad,
deja
que tus creencias sanas te rebasen,
explora
el gusto de sentir los sentidos,
pégate
a lo que te mueve, a lo que te incomoda.
No te
resignes a vivir de la mano de la mediocridad apoltronada
en lo
predecible, siempre lo predecible.
Pregúntate
qué quieres de verdad, qué añoras en ese relámpago
infinitesimal
antes de dormir, qué te revoluciona esencialmente.
Júrate
a ti mismo que nunca dejarás apagar la "llama doble"
que
alumbra tu interior.
¡Enciende
una fogata en tu corazón! Sólo así estarás vivo.
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